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Entre la sobrerregulación y la innovación; una oportunidad para el mundo rural poscovid

Pablo Priesca Balbín DIRECTOR CTIC-CENTRO TECNOLÓGICO

Los análisis del problema de la “España vacía”, término que acuño Sergio del Molino en su magnífico ensayo, son numerosos y los diagnósticos bastante coincidentes. No hay duda de que el problema es poliédrico y tiene muchas caras. Sin embargo, una de ellas ha pasado bastante desapercibida: la cara de la innovación. Bien es cierto que entre las recetas más reiteradas escuchamos una y otra vez la necesidad de innovar en el medio rural, pero la cuestión no es tan simple. Las condiciones del terreno de juego marcadas por la sobrerregulación no lo hacen fácil.

La revolución industrial, tardía en España, hizo una llamada al paraíso urbano a lo largo de sucesivas oleadas del siglo XX que fueron despoblando el campo. Este proceso provocó un desprecio a la cultura campesina que fue considerada como inferior. Hasta el año 2011, el diccionario de la Real Academia Española recogía una acepción de rural como “inculto, tosco, apegado a cosas lugareñas” y sólo la presión de la Red Española de Desarrollo Rural (REDR) logró erradicar dicho significado del diccionario. Esto nos da una idea de cómo entendía, y entiende, el mundo urbano lo rural. Lo urbano representaba el progreso y lo rural el atraso.

En los últimos tres meses hemos vivido un éxodo invertido, de la ciudad al campo, motivado por el confinamiento de la población. Miles de personas se han refugiado en sus segundas residencias o han vuelto al pueblo de origen en busca de seguridad. El campo se ha convertido en el valor seguro, en el refugio perfecto frente a la declaración del estado de alarma. Por primera vez, las ciudades sintieron envidia de lo rural. En términos bursátiles sus acciones se han revalorizado fuertemente frente a la caída del valor de las ciudades.

Las razones parecen evidentes: las distancias interpersonales son más seguras, el tipo de confinamiento es distinto, los niños tienen más espacios de divertimento y la propagación del virus es mucho más difícil. ¿Quedará algo para el futuro? Si obtenemos aprendizajes de la triste situación diría que sí.

Miles y miles de funcionarios han tenido que teletrabajar en todo el país, muchas empresas han deslocalizado en los domicilios a buena parte de sus plantillas. El covid-19 nos ha demostrado que muchas actividades concentradas hasta ahora en las ciudades, bajo condiciones de buena conectividad, pueden realizarse desde zonas rurales de forma permanente, lo que supondría nuevos pobladores. Es hora de pensar que son posibles nuevas formas de ruralidad compatibles con actividades más tradicionales agroganaderas, pero ahora asentadas sobre soportes tecnológicos que reducen dedicación y penosidad, al mismo tiempo que aumentan la productividad. Para que ello suceda debemos generar un contexto normativo atractivo que permita la llegada de nuevos pobladores y facilite la vida a los que ya están.

A lo largo del siglo XX y en lo que llevamos del presente, el mundo urbano fue regulando al mundo rural, y lo fue haciendo desde una perspectiva urbana y en una espiral regulatoria infinita, llegando a crear auténticas aberraciones que no dejan de ser muestra de la hipertrofia regulatoria.

La regulación rural, hecha y pensada desde lo urbano fue creando normativa basada en la tradición, la conservación, la preservación, la protección y la prohibición, tejiendo una maraña legal casi imposible para la innovación. Esta, es cambio, experimentación, avance, mejora, disrupción, riesgo e impacto social, empresarial o territorial. Desde luego, la regulación, reforzada por el procedimiento administrativo, ha hecho un trabajo encomiable para que la innovación no germine. Nadie duda que la regulación es necesaria. El problema surge cuando se produce en exceso y, además, no responde a una estrategia de desarrollo territorial, es decir, a una estrategia política.

España es un país sobrerregulado (en uno de los excelentes artículos de Jesús Arango en este periódico hace unas semanas aludía al exceso regulatorio, o la reciente noticia también en este diario sobre la devolución de fondos europeos de España por incapacidad para ejecutarlos a causa de la burocracia son reflejo de la seriedad del problema). La sobrerregulación y el procedimiento injustificado, que ahoga la innovación, tienen un problema aditivo (se aprueba mucha más regulación que la que se deroga) y adictivo (todos los problemas se intentan solucionar con regulación desde los distintos niveles administrativos nacional, autonómico y local). Falta estrategia política para el medio rural y sobra regulación, procedimiento y burocracia asfixiante.

La sobrerregulación afecta seriamente a la innovación porque supone la aceptación de la norma, y la innovación es todo lo contrario, la ruptura de la norma. Ambas guardan entre sí una relación inversamente proporcional: a más regulación menos espacio para la innovación, y a menor regulación, más espacio para la innovación.

Falta estrategia política para el medio rural y sobra regulación, procedimiento y burocracia asfixiante

La innovación en un territorio requiere de cuatro contextos para que germine y se desarrolle: político, regulatorio, administrativo y cultural. ¿Cuál es la realidad? Al contexto político le falta estrategia y está maniatado por el regulatorio y el administrativo. El contexto regulatorio ha crecido de forma desbocada sin orden ni concierto y no responde a ninguna estrategia de Estado. El contexto administrativo, rabiosamente burocratizado y centrado en el procedimiento, mira siempre hacia una regulación anárquica. Por último, el contexto cultural en el medio rural presenta cierta resistencia al cambio causado por ese complejo proyectado desde lo urbano como modelo ideal que identifica a este con el éxito y a lo rural con el fracaso.

Así las cosas, la innovación tiene escaso espacio para su desarrollo. Pero también es justo reconocer que existen héroes que lo intentan luchando contra corriente: algunos políticos y alcaldes rurales apresados en la tormenta administrativa y regulatoria, mujeres que juegan un rol determinante en las economías rurales, los grupos de desarrollo local agrupados en el READER o empresas que mantienen su compromiso con el territorio. Ellos son el ejército para la esperanza, los máximos responsables políticos deben escucharlos porque son ellos los que conocen mejor que nadie el terreno de juego.

La estrategia política debe allanarles el camino, no embarrárselo con regulaciones innecesarias, absurdas y entorpecedoras. Los programas de innovación deben centrarse más en asumir riego y buscar impacto, que en el procedimiento. Cuando los términos se invierten, y están invertidos, la innovación tiene difícil cabida. Desbrozar el camino conlleva una revisión regulatoria muy profunda. Esta revisión requiere visión y estrategia que se operativiza con una regulación y medidas orientados a ella. Cuando no hay visión ni estrategia surge el problema porque es la regulación y el procedimiento quienes usurpan su función dando lugar a la hipertrofia actual. Es necesario buscar el equilibrio entre la estrategia, la regulación y el procedimiento.

Es el momento de abordar el problema de una forma estructural, de tener altura de miras y valentía política. Abordar estrategias rurales con el mapa regulatorio actual es una pérdida de tiempo y no hay tiempo que perder.

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