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Rehabilitación del Patrimonio Arquitectónico Rural. ¿Cuestión de elección?

El arquitecto asturiano Jesús Marcos Fernández analiza en este artículo, publicado en la revista ESCARDAR, la arquitectura tradicional como la representación de los usos y costumbres de una forma de entender y organizar la vida.

La arquitectura tradicional asturiana no debe entenderse sólo como un conjunto de construcciones, elementos y reglas constructivas, formalizadas a partir del empleo de unos materiales determinados, madera y piedra fundamentalmente. La arquitectura tradicional constituye la representación de los usos y costumbres de una forma de entender y organizar la vida.; o tal como dice Adolfo García Martínez, en su libro La Casa Tradicional Asturiana, la arquitectura “es la expresión más fiel y más completa de lo que podríamos denominar patrimonio cultural”. La construcción tradicional se caracterizaba por el uso de materiales de procedencia local, por la aceptación de unos modos constructivos consolidados por la buena práctica y la aceptación de un “estilo de diseño”, que desarrollado en limitados ámbitos territoriales y sociales y transmitidos mediante el aprendizaje práctico, raramente se modificaban por la influencia de ideas provenientes del exterior. Lo anterior provoca la aparición de unos “tipos constructivos” de carácter local, en función del clima, la topografía y sobre todo los materiales disponibles, lo que conlleva un limitado repertorio de procedimientos constructivos y formales, de resolución para los diversos problemas planteados. Los cambios van actualizando los tipos hasta que, por lo general, éstos agotan su capacidad trasformativa aunque siempre podrán ser reinventados. Estos procedimientos fueron utilizados y experimentados generación tras generación hasta convertirse en procesos comprobados y fiables. Actualmente el estado de la arquitectura tradicional en nuestra comunidad es preocupante, tanto por su paulatina desaparición, como por su estado de conservación. Los problemas de conservación son, básicamente, “la degradación por falta de uso, el empleo de técnicas de mantenimiento inadecuadas y la descontextualización de las construcciones, quedando inmersas a veces en entornos muy degradados”, según desvela Francisco F. Riestra, en su obra Aproximación a la Arquitectura Tradicional de los concejos de Cangas del Narcea, Ibias y Degaña. Fue a partir del primer tercio del siglo XX cuando se viene produciendo una intensa transformación del entorno rural y su arquitectura, facilitada por el enriquecimiento de la sociedad, cambios en las estructuras y relaciones familiares, la mejora de las comunicaciones, la emigración hacia núcleos urbanos, el abandono de las explotaciones agrícolas y ganaderas, así como la aparición de nuevos materiales de producción industrializada más económicos, fáciles de obtener y generalmente inadecuados. El medio natural, transformado por la acción del hombre da como resultado un paisaje rural altamente antropomorfizado y jerarquizado, organizando el espacio de un modo muy orgánico, concentrando la población en núcleos, nuestros pueblos, con zonas de producción agrícola y ganadera, huertos, pastos, y bosques a su alrededor y conectados entre si por una amplia red de caminos. La alteración de nuestros pueblos se ha realizado a través de dos vías de actuación complementarias; Por una parte, la falta de uso, mantenimiento y abandono, tanto de las construcciones principales, viviendas, como de las arquitecturas auxiliares, conducen a éstas al colapso físico, con el hundimiento de cubiertas y el desplome de los muros, provocando la aparición de solares ruinosos e invadidos por la maleza en el interior de los pueblos. Por otra parte, la realización de nuevas construcciones en sustitución de las existentes o próximas a ellas, con volúmenes, formas y materiales disonantes, rompen y distorsionan el mimetismo y la armonía de estas agrupaciones, integradas en el paisaje circundante tanto en su adaptación a la topografía del terreno como en el empleo de materiales que se funden con su entorno, ya que éstos se obtenían en el área  más próxima, (la piedra de los muros generalmente se extraía a una distancia no superior a un kilómetro). Estas nuevas construcciones destacan sobre el conjunto quebrando el equilibrio existente. Por último, también se actúa con fuerza sobre las edificaciones tradicionales, con reformas que pueden ir desde la modificación de sus envolventes -cubiertas, carpinterías, apertura de huecos, revocos, etc - hasta una completa reestructuración interior, provocada por la aparición de nuevos usos, instalaciones y exigencias de confort. Esto se produce tanto en la vivienda habitual como en las construcciones auxiliares; así es frecuente la transformación de las cabanas de las brañas en lugares de uso vacacional y de recreo. Con frecuencia suelen emplearse materiales inapropiados, de producción y acabados industrializados, como planchas de fibrocemento, carpinterías de aluminio en color natural o dorado, chapeados cerámicos o de piedra, cerrajería excesivamente ornamentada o sustituciones de estructuras de cubierta en madera por forjados de hormigón armado con entrevigado cerámico y cobertura de teja de hormigón, con cantos y aleros desproporcionados, por citar sólo algunos ejemplos. Como resultado de lo expuesto anteriormente se produce una degradación del entorno que se ha definido como feísmo, caracterizándose por una convivencia nada armoniosa de estilos, materiales constructivos y arquitecturas foráneas, edificaciones sin terminar y con acabados y remates inexistentes (con el ladrillo o bloque de hormigón a la vista), con ornamentaciones inadecuadas y descontextualizadas, volumetrías desproporcionadas (cubiertas complejas y con casetones o buhardillones exagerados), basura en torno a las edificaciones (escombro de las obras, somieres, plásticos y vehículos abandonados) y materiales de revestimiento y gamas de colores estridentes en fachadas, huecos y carpinterías. Sin embargo, si se quiere proteger este patrimonio lo primero que se debe hacer es un trabajo de sensibilización, de acercamiento de los numerosos estudios existentes sobre nuestra arquitectura tradicional al paisanaje, al usuario de estas arquitecturas, una puesta en valor de la misma, una labor de divulgación y sensibilización con un lenguaje sencillo y cercano que conduzca a un enorgullecimiento y a una pérdida de complejos en el binomio urbano-rural con una incidencia especial en los agentes de la construcción, pequeños y medianos constructores locales que tienen una influencia decisiva en el promotor y por tanto en el resultado final de cualquier intervención. Además se deben seguir unas recomendaciones básicas, que sin caer en el tipismo, generen con su ejemplo una línea de actuación a seguir. La rehabilitación y recuperación de las edificaciones tradicionales es muchas veces una cuestión más de sentido común que de presupuesto. La modernización y adaptación de las mismas, incorporando exigencias actuales de confort, habitabilidad y estética, no siempre es complicado y costoso. Se pueden recuperar y reutilizar multitud de elementos ya existentes en la vivienda, así como aplicar soluciones técnicas sencillas y económicas que modernizan dichas construcciones y mantienen su identidad. -    Derribar no es la solución. Se puede y debe recuperar todo aquello que sea posible, aprovechando elementos y sistemas constructivos. Esto abarata costes (materiales, transporte) y nos acerca al concepto de arquitectura sostenible. Salvar y reutilizar corredores y galerías, estructuras de madera de cubierta, forjados y entablados de madera, piezas de sillerías en la conformación de los huecos o vanos como antepechos, dinteles o jambas, grandes losas de pizarra en aleros y bordes, suelos pétreos tanto enlosados como realizados con canto rodado, elementos singulares como hornos, alacenas empotradas o chimeneas, carpinterías como portones de entrada o piezas de barandas, elementos de forja como tiradores o rejería y elementos decorativos como encintados o elementos geométricos de cal. Se debe así mismo guardar los elementos dañados por si fuera necesario utilizarlos como modelo de la pieza de sustitución. -    Asesoramiento por personal especializado; es decir acudir a técnicos, constructores o artesanos que, previamente a cualquier actuación, nos ofrezcan un diagnóstico sobre el estado de la construcción (desplomes, humedades…), así como  sus posibilidades y presupuestos. Con un Análisis realista de la intervención prevista que encuentre un equilibrio entre el programa de necesidades y el presupuesto disponible. Actuación por fases, según su urgencia e importancia. -    Respetar siempre que sea posible, volumetrías, alturas y conformación de cubiertas originales, tanto en la altura de sus muros (no siempre se dispone de la altura mínima exigida), la relación paramentos – vanos (se busca una mayor iluminación y ventilación). No debemos olvidar que las cubiertas pueden considerarse una fachada más, ya que los núcleos rurales suelen asentarse a media ladera y son muy visibles, por tanto cualquier geometría o elemento extraño de la misma resulta fácilmente observable. -    Utilizar materiales y colores propios de la zona. Evitar tonalidades estridentes y no naturales. En relación a los revocos y acabados hoy en día mayoritariamente se emplean morteros de cemento Pórtland tanto en rejunteados como en revocos, que al ser impermeables y no transpirables favorecen la aparición de humedades por capilaridad y la formación de sales por lo que se recomienda el uso de morteros de cal, impermeables pero transpirables, en colores naturales, terrosos, el arenón utilizado solía dar la pigmentación final. Se deben evitar colores disonantes y chillones. Utilizar preferentemente carpinterías de madera con tratamientos frente a xilófagos y la humedad, sin persianas y con contraventanas. Puede incluir doble acristalamiento o bien disponer doble ventana. No utilizar barnices brillantes e impermeables que impidan respirar a la madera y le proporcionen un aspecto artificioso, preferiblemente empleando aceites y ceras naturales. -    Menos es más a la hora de rehabilitar. Evitar ennoblecer las arquitecturas. La sencillez no es sinónimo de pobreza. Huir de elementos de forja como tiradores y rejería excesivamente ornamentados, así como aleros con canecillos labrados siempre que no existan previamente. -    Evitar protagonismos. Actuaciones humildes que se subordinen al conjunto. Se mantiene la armonía y equilibrio de los pueblos. Se debe captar la esencia de la zona. No se trata de imitar, sino de redefinir los elementos dentro de la nueva construcción (en caso de obra nueva), evitando volumetrías y tipologías de carácter urbano o de otros estilos arquitectónicos. -    Limpiar la construcción de añadidos y elementos disonantes y escasa entidad constructiva suele bastar en la mayoría de las ocasiones. Es una solución efectiva y económica. Volúmenes adosados realizados con bloque de hormigón o chapa, corredores cerrados con ladrillo visto, tendejones con cubiertas de fibrocemento o material plástico. -    Modernidad y Conservación son conceptos y actuaciones compatibles. Proponer una nueva distribución basada en la lógica y en el aprovechamiento de los vanos existentes que reduzca la apertura de nuevos huecos tanto en los muros exteriores como en los medianiles existentes evitando así debilitar la resistencia de los mismos ante la posible presencia de nuevas sobrecargas. Otro aspecto sería la agrupación, tanto vertical como horizontal de los núcleos húmedos, baños y cocinas, para disminuir la presencia de instalaciones de fontanería (empotradas o de superficie) y saneamiento. -    Realizar un mantenimiento continuado de la construcción ahorra dinero a medio y largo plazo. Limpieza de canalones y bajantes, reparación de humedades puntuales en cubierta por desplazamiento o rotura de las tejas o pizarras. -    Ocultar, siempre que sea posible, las instalaciones aéreas de telefonía y electricidad presentes en fachadas. El beneficio de rehabilitar no es sólo particular, sino que afecta a lo general. Una buena actuación arrastra y sirve de ejemplo al resto, supone una fuente de riqueza cultural, histórica, emocional y por supuesto económica. Un pueblo bien conservado puede atraer nuevos pobladores y visitantes ocasionales, generando la puesta en marcha de nuevos negocios asociados al turismo o a la construcción, un nicho de trabajo que incluye la recuperación de oficios tradicionales, como la de canteros o teitadores, por ejemplo. Y así ha ocurrido en los núcleos rurales que han hecho de la conservación y valoración de su patrimonio una apuesta de futuro. Se podrán exponer razones culturales, patrimoniales, normativas, históricas, pero al final todo se reduce a una cuestión de elección; conservación frente a destrucción, sensibilidad frente a abandono, orgullo frente a vergüenza. Algunos esgrimirán el coste económico como excusa, más aún en medio de la coyuntura económica actual, pero ante esto se puede argumentar y defender que con pequeñas intervenciones, como mantener el entorno limpio, realizar un mantenimiento continuado, eliminar lo que sobra, evitar los adornos innecesarios o elegir un color frente a otro es suficiente y además no suponen un coste añadido, mejorando indudablemente la imagen global de nuestros pueblos. No se pretende construir parques temáticos cargados de reglas y normas sino sensibilizar, dar a conocer y valorar nuestro pasado para poder entender el presente e imaginar el futuro.
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